jueves, agosto 24, 2006

El Laberinto de la Soledad by Octavio Paz, "III Todos Santos, día de muertos".

El mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo. Somos un pueblo ritual. Esto se beneficia de nuestra imaginación, tanto como a la sensibilidad, siempre afinadas y despiertas. Se diferencia de las actividades de otros lugares, ya que en México las fiestas religiosas, con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos artificiales, trajes insólitos y los frutos la hacen ser única.

Nuestro calendario esta poblado de fiestas, en todos los lugares, el mexicano se emborracha, grita, reza, come y mata en honor a la Virgen de Guadalupe. El quine de septiembre es todo un espectáculo; empezando desde las 11 de la noche para así celebrar el grito de nuestra independencia.

En las ceremonias- nacionales, locales, gremiales o familiares el México se abre hacia el exterior. El mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola en el aire. Esa noche los amigos se emborrachan, cuantas sus confidencias, lloran las mismas penas, se descubren hermanos. Aunque en ocasiones, la alegría acaba mal, en riñas, injurias, balazos, cuchilladas.

La vida que se riega, da mas vida; la orgía, gasto sexual, es también una ceremonia de regeneración genésica; y el desperdicio, fortalece. Las ceremonias de fin de año, es para festejar el año nuevo, la del tiempo que empieza. En ciertas fiestas desaparece la noción del orden, los niños o locos reinan, los hombres se visten de mujeres, el amor se vuelve promiscuo, la fiesta se convierte en misa negra. El grupo sale purificado y fortalecido de ese baño de caos. La sociedad comulga consigo misma en la Fiesta.






Gracias a las fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con los valores que le dan sentido a su existencia política o religiosa. Muerte y vida, júbilo y lamento, canto y aullido se alían en nuestros festejos. La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Todos nuestros gestos tienden a ocultar esa llaga, siempre fresca, siempre lista a encenderse.

La muerte es intransferible como la vida. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se lamentan. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. La vida no tenia función mas alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento; y la muerte, a su vez, no era un fin en si; el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha.

La muerte para los aztecas con sus sacrificios y la adoración a sus dioses era inseparable, y después con el advenimiento del catolicismo se muestra otro tipo de sacrificio, en el cual desaparece el sacrificio al prójimo y empieza el sacrificio individual. La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o refiera a otros valores. En el mundo moderno todo funciona como si la muerte no existiera. Nadie cuenta con ella. Todo la suprime. Morir es natural y hasta deseable, matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor.

El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Ella está presente en nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros amores y en nuestros pensamientos. Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan. La muerte nos seduce. El mexicano, obstinadamente cerrado ante el mundo y sus semejantes, se abre a la muerte, la adula, la festeja, la cultiva, se abraza a ella, definitivamente y para siempre, pero no se entrega. Ya que el miedo nos hace volver el rostro, dándole la espalda a la muerte.
Publicado por SNicot

Cada uno de los posts en este Blog son total y absoluta racionalidad intrínseca ;)